Estas ahí, ella te siente con su cuerpo insomne, con su ocre palpitar; entras por sus capilares y arterias, penetras la pupila y la retina socavando el iris y el lacrimal. Ella se desnuda frente a las fantasmagóricas gaviotas que aman la nada, cuervos sangrantes deseosos de un clítoris desolado. Ella lame sus llagas, oculta sus costras y venda sus heridas, trata de ocultar el devenir de su mandíbula, el anhelo que hace temblar sus rodillas.
Ella muerde su lengua para no vociferar lo que siente en la sala, coge el silencio con sus palmas y lo abraza para no caer ante tu mirada. El verde color que le llega desde tu espalda, trata de disimular el apetito por tus palabras. Y le falta el vocablo para narrar lo que guarda en sus ovarios, ese ímpetu de talar tu hueso parietal, de entrar por tu esófago y llegar al prepucio para ensancharnos como el mar.
Y me quedo en la sala, con la angustia enclaustrada, mirando tu frente lejana; Ella se queda pasmada, sentada describiendo el vacío de su boca enlutada.
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