- - Padre debo confesar que he pecado, en acto y omisión.
Hoy, sólo me quede sentado mientras en el Congreso se debatía la ley de presupuesto que permite a mis hijos avanzar hacia algún lado, no sé muy bien a dónde, pero a algún lado. Hoy preferí en vez de leer el diario, tirarme en el suelo y gastar mi desesperanza en un cigarro, esperando que el mal sabor se diluya como el tabaco. Padre, el otro día cuando los muchachos pasaron con las pancartas por el barrio, yo decidí encerrarme para no escuchar sus cánticos, tanta ilusión me va desesperando; cómo van a lograr ganarle a los grandes, nosotros los que siempre hemos vivido aplastados. Padre me atormenta haber pecado, pero sigo ignorando las señales que me muestran mis compañeros de trabajo, abstemio de las huelgas, creo que es mejor agachar el sombrero y habérmelas como pueda, alzar la voz es peligroso, sobre todo cuando no es sólo mi boca la que depende de mis manos. ¡Ay Padre! yo sé que estoy cayendo en obras del diablo, tanta quietud no puede ser propia del ser humano, pero el orden es así, ya todos fuimos designados, unos arriba y más arriba y otros siempre abajo. No sé ni por qué me molesto en articular vocablos de todo este desconformismo y parálisis que me va desgarrando, aconséjeme usted que parece más sabio, ¿ Cuál es el camino indicado?
-Hijo: No atormentes tu cuerpo que es un templo sagrado. Te absuelvo de todo lo que me has narrado, pero llega a tu casa y descansa frente al televisor, tómate unas cuantas cervezas hasta que pase ese dolor, si el desazón del alma sigue dirígete al Mall, y compra hasta adquirir algún sabor. Si nada de eso funciona ven a lavar tu conciencia en la comunión, total aquí una vez por semana jugamos a cumplir un buen rol.